Después de toda una vida trabajando como albañil, Francisco R. vecino de Conil, en Cádiz, fue con sus modestos ahorros a su banco de toda la vida. Acompañado de su mujer, se plantó en la sucursal y dijo que quería contratar un plazo fijo, depositar su dinero de manera que estuviera a salvo para cuando llegara su vejez. Le dieron a firmar unos papeles y le aseguraron que contrataba un producto con el que su dinero estaba blindado y podría disponer de él cuando lo necesitara.
Francisco apenas sabe leer y escribir. Su esposa es totalmente analfabeta. No podían imaginar que lo que en realidad les estaba colocando el banco eran participaciones preferentes, unos títulos de alta rentabilidad, pero también alto riesgo, que adquirían a cambio de ceder su capital a perpetuidad. Su dinero se lo quedaba el banco para siempre a cambio de los intereses. Francisco tiene ahora 78 años. Él y su esposa son dos ancianos enfermos. Su historia la cuenta su hijo Fran, que está en el paro y que ahora vive solo para recuperar los ahorros de sus padres. «Escucho a mi padre decir que ese dinero lo había guardado para ayudarnos a atenderle cuando fuera mayor y pienso que se lo ha quedado el banco y monto en cólera», dice, pero advierte de que «a mí no me van a callar».
«Mi suegra no sabía leer y le hicieron firmar con la huella dactilar»
Dudas sobre su colocación
Muy lejos de esta versión, una portavoz de la Asociación Española de Banca afirma que «a día de hoy no quedan participaciones preferentes emitidas por los bancos o están en proceso de canje». Según asegura, se han ofrecido «distintas opciones a sus clientes para dotar de liquidez a estos títulos». Los afectados dicen que lo único que les están planteando es cambiar las participaciones por acciones de las entidades, activos de cuya posible venta futura recelan. Además, se plantea el interrogante de si la disposición de los bancos a canjear las preferentes no supone un reconocimiento implícito de que no actuaron con limpieza en su colocación, aunque es cierto que las preferentes, por lo general, han venido devengando elevados intereses.
En Agua Dulce, vecinos del pueblo protestan cada semana ante la sucursal
Todo el pueblo frente al banco
Gloria cuenta que en su pueblo, el abuso se cebó con gentes humildes y sin ningún conocimiento de los entresijos y complejidades del sistema financiero. Aporta un detalle que resulta revelador: «Hace unos días murió mi suegra y hemos visto que tenía un contrato firmado con la huella dactilar porque ella no sabía leer ni escribir». No era su suegra la única con preferentes en su familia: «hay que sumar los 18.000 de mi cuñado», señala.
Como la de Gloria, en Agua Dulce hay cerca de una treintena de familias perjudicadas y muchos contratos firmados con el dedo. Por eso, una vez a la semana, como si de Fuenteovejuna se tratara, se plantan a protestar en la puerta de la sucursal. La respuesta del banco de momento no ha satisfecho a los vecinos: «Quitaron al director que estaba, pero no trajeron a otro; ahora nos las vemos con la pobre de la cajera que no puede hacer nada». Prometen estas y otras movilizaciones hasta que les den una solución.